¿Y si tus problemas laborales no se resuelven… porque estás proyectando tu infancia?

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Tengo 45 años y por más de 15 intenté que mi empresa despegara, pero de verdad que no hubo manera, y mira que hice mil cosas distintas. Probé todas las estrategias posibles. Invertí en formaciones, escuché a los mejores gurús, y me sumergí en métodos de productividad, marketing y liderazgo. Aunque los resultados variaban, siempre me encontraba con un muro. Los avances eran muy pocos. Un empleado dejaba de trabajar, un cliente importante cancelaba su contrato, una colaboración se rompía. La historia siempre era la misma.

Durante muchos años culpé a todo lo que estaba a mi alrededor. La situación económica, mis socios, el mercado. Todo parecía estar en mi contra. No fue hasta que decidí mirar hacia dentro, hacer algo completamente diferente, que la respuesta empezó a aparecer.

 

La pregunta que lo cambió todo

La clave vino de un retiro de meditación al que me animaron a asistir. Yo no sabía que estas cosas existían, pero cuando me lo comentaron e investigué sobre el asuntos con empresas profesionales sobre el tema, como la Escuela del Perdón, lo pensé. Al principio lo vi una tontería, porque estas cosas siempre me han resultado verdaderos sacacuartos para personas que no saben de la vida ni tienen más de dos dedos de frente, pero… ¿y si me ayudaba? Total, no tenía nada que perder, ¿verdad?

No estaba buscando una solución para mi empresa, la verdad sea dicha, pero sentía que necesitaba un cambio de perspectiva. En ese espacio, escuché una pregunta que me sorprendió profundamente: «¿Qué pasaba en tu infancia que te hace repetir estos patrones ahora?». Fue un golpe directo a mi conciencia.

 

Empecé a pensar en mi infancia y en cómo había crecido

De inmediato, los recuerdos comenzaron a surgir. Mi relación con mi padre fue tensa. Siempre fue muy exigente, nunca mostraba satisfacción, y parecía que lo que hacía nunca era suficiente. Recordaba claramente los momentos en los que obtenía calificaciones altas en la escuela, y en lugar de felicitaciones, mi padre me preguntaba por qué no había sacado la máxima nota. Recuerdo también el malestar cuando cometía errores pequeños y sentía que su amor estaba condicionado a mi rendimiento.

Poco a poco entendí que mi lucha constante en los negocios, la necesidad de demostrar que valía, de obtener siempre mejores resultados, era una proyección de esa niñez. Sentía que mi valor personal dependía de mis logros, y por más que alcanzara metas profesionales, nunca me sentía suficiente.

 

La conexión entre mis traumas infantiles y mis decisiones profesionales

Al reflexionar sobre mi vida profesional, me di cuenta de que muchos de mis problemas en el trabajo venían de traumas de mi infancia. No se trataba de falta de conocimiento o estrategia, sino de que mis miedos del pasado influían en mis decisiones.

Muchas veces actuaba desde el miedo: miedo al fracaso, al rechazo, a no ser suficiente. Eso me llevaba a cometer errores, a intentar controlarlo todo y a no delegar ni confiar en mi equipo. Pensaba que si no lo hacía todo yo, todo se vendría abajo.

Cuando entendí que estaba repitiendo patrones antiguos, pude empezar a cambiar. Aprendí a soltar el control, a confiar más en los demás y a tomar decisiones sin que el miedo mandara.

Sanar esas heridas del pasado me permitió avanzar de forma más tranquila y clara en mi vida laboral. Hoy trabajo con más equilibrio y seguridad.

 

El trabajo interno fue la verdadera transformación

En el proceso de meditación y reflexión, me di cuenta de algo crucial: mis luchas externas, mis problemas de negocio, no eran el verdadero problema. El problema era lo que estaba proyectando, lo que no había sanado dentro de mí. La forma en que veía a los demás, a mis socios, empleados y clientes, estaba cargada de inseguridad, miedo y, en última instancia, falta de perdón.

Aquí es donde la práctica del perdón no-dual tuvo un impacto profundo. El perdón no es solo un acto hacia los demás, sino una forma de liberar las proyecciones que llevamos dentro. Al principio me costó mucho comprenderlo. Parecía algo abstracto, no tan directo como las soluciones prácticas que esperaba encontrar. Sin embargo, poco a poco empecé a ver que no se trataba de perdonar a los demás, sino de liberarme de los pensamientos y creencias que me mantenían atrapado en viejas historias.

El perdón no-dual no es algo que se haga hacia alguien más, es un proceso de liberación interna.

 

Qué pasó en mi empresa

A medida que fui trabajando en mí mismo, en mis creencias, en mis miedos y en la manera en que percibía las situaciones, comenzaron a suceder cosas inesperadas. Empecé a relajarme. Dejé de presionar tanto a mis empleados y a mis socios. Comencé a delegar más y a confiar. En lugar de tener miedo de que todo se viniera abajo, empecé a sentirme más tranquilo, como si ya no tuviera que probar nada a nadie.

 

Mi empresa comenzó a estabilizarse

Los clientes empezaron a llegar sin que yo tuviera que perseguirlos constantemente. Las colaboraciones comenzaron a ser más naturales y satisfactorias. Lo más importante fue que yo dejé de ver mi trabajo como una lucha constante por sobrevivir.

Cuando solté la necesidad de controlar y de demostrar, las cosas empezaron a fluir.

 

La influencia de mi infancia en mis decisiones empresariales

Lo que más me impactó fue ver que muchas de esas decisiones venían de miedos que arrastro desde niño. Sin darme cuenta, actuaba buscando aprobación, intentando no ser rechazado y creyendo que solo valía por lo que lograba.

Eso me llevó a tomar caminos que no tenían que ver con lo que de verdad quería. Decía que sí a cosas que no me hacían bien, aceptaba proyectos que no me interesaban, y me metía en situaciones solo para que otros me valoraran. Poco a poco, todo eso me fue alejando de mis propios valores.

Con el tiempo, y después de muchas reflexiones, empecé a tomar decisiones más conectadas conmigo. Aprendí a poner límites, a decir que no sin sentir culpa, y a dar prioridad a lo que de verdad me importa. Eso no solo me hizo sentir mejor a nivel personal, sino que también benefició mucho a mi empresa. Al actuar con más claridad, todo empezó a fluir mejor.

 

Exigirse tanto nunca es bueno

Otra cosa que descubrí fue lo mucho que me exigía a mí mismo. Creía que ser exitoso significaba estar siempre ocupado, hacer más y más, y no parar nunca. Sentía que si bajaba el ritmo, estaba fallando. Vivía con la idea de que nunca era suficiente, por más que lograra cosas.

Esto me llevó a una presión constante que me agotaba. Me costaba disfrutar, no me daba tiempo para descansar, y ni siquiera valoraba lo que ya había conseguido. Era como estar en una carrera sin meta, donde nada bastaba.

Al empezar a soltar esa exigencia interna, todo cambió. Empecé a darme más espacio, a descansar sin culpa y a disfrutar de mi trabajo desde otro lugar. Dejé de medir mi valor por lo que hacía, y empecé a verme desde lo que soy. Curiosamente, eso me ayudó a ser más eficaz, más presente y más auténtico con los demás.

 

El perdón no como un acto, sino como un estado

Siempre pensé que perdonar era algo que se hacía hacia otra persona, como si se tratara de decir te perdono, y ya está. Pero lo que descubrí fue que el perdón real es algo interno. No depende de que los demás cambien o reconozcan nada. Es una forma de aceptar lo que pasó y seguir adelante sin cargar con ese peso.

Cuando empecé a practicar ese tipo de perdón, cambió mi manera de relacionarme. Ya no veía a mis empleados, socios o clientes como amenazas o personas a las que debía controlar. Empecé a ver que, igual que yo, ellos también tienen sus propios miedos, historias y heridas.

Eso hizo que las relaciones en el trabajo fueran más humanas y más honestas. Dejé de sentir que tenía que estar en guardia todo el tiempo o demostrar algo. En lugar de competir, empecé a colaborar. Y eso mejoró muchísimo el ambiente en la empresa.

 

El impacto en mi vida profesional y personal

Este trabajo interior cambió mi forma de llevar el negocio y mi vida personal. Empecé a tener relaciones más sanas con mi pareja, con mis hijos y con mis amigos. Me sentía menos cansado, menos estresado, y más conectado con las cosas simples del día a día.

Claro que mi empresa sigue teniendo retos, como cualquier otra. Pero ahora los enfrento de otra manera. Ya no me hundo cuando algo no sale como esperaba. Ya no pongo toda mi paz o mi autoestima en los resultados. Aprendí a ver los problemas desde otra perspectiva y eso me dio una sensación de libertad que antes no tenía.

 

La clave está en tu interior

Si tú también sientes que, por más que te esfuerces, las cosas no salen como quieres, te animo a mirar hacia dentro. A veces creemos que el problema está fuera, en las circunstancias, en los demás o en el mercado. Pero muchas veces el bloqueo está en nosotros, en nuestras creencias y miedos.

No se trata de cambiarlo todo afuera, sino de sanar lo que llevamos dentro. Cuando hacemos eso, las cosas de fuera también empiezan a cambiar. Liberarme de mis viejos miedos me ayudó a liberar mi empresa y mi vida. Y si yo pude hacerlo, tú también puedes. Todo empieza por escucharte, por darte tiempo y por atreverte a ver qué estás cargando sin darte cuenta.

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